miércoles, 3 de mayo de 2017
Nueva edición de Cocoloco.
Y otra vez más, llega nuestra página en la revista de Cocoloco y a mi me gustaría escuchar vuestras ideas y locuras para poder realizarla.
¿Qué se os pasa por vuestra cabeza?
lunes, 1 de mayo de 2017
Lectura de mayo.
Los romances son poemas con rima asonante que se recitaban hace muchos años y contaban historias de batallas, de encuentros o de amor... Son anónimos, ya que no tienen un autor conocido.
ROMANCE DEL FEO
Ya se me olvidaba, amigos,
que ayer prometí contaros
los motivos y razones
de por qué soy Legionario.
Mientras leía esta carta,
los estaba recordando.
Yo era el chaval más humilde,
más bueno y más «desgraciao»
que se inscribe en los Padrones
de la Cabecera al rastro.
Y aunque mi madre era guapa,
según los que la trataron,
mi padre fue por lo visto,
de un feo tan exaltado,
que se miró en un espejo
y, al verse, palmó en el acto.
Y esta cara fue la herencia
que mis papás me dejaron:
moreno-verde-aceituna,
pelos tiesos, chiquitajo.
Nadie me llamaba Antonio,
que es así como me llamo,
sino «El Feo». Con el nombre
de «el Feo» me bautizaron.
Las comadres que llevaban
a su retoño en brazos diciendo:
«rey del mundo, tesoro,
mi cielo, mi encanto».
Yo jamás supe lo que era,
ni de limosna, un halago.
De pequeño, me vengaba
de los chavales del barrio:
«pata's» en las espinillas,
mohicones, cascotazos,
¡que a éste le quito la gorra!,
¡que tumbo a aquel otro en el fango!
¡Que polvos de pica-pica
por el «cogote» a «puñaos»!
Y al que pesco en una fuente,
le empujo, y al agua patos.
De «el feo» todos decían
que era de la piel del diablo,
y «el feo» todas las noches
se adormilaba llorando.
Y al fin le salió la barba;
allá va mocito «honrao»
que sabe ganarse a pulso
la vida con su trabajo.
Le siguen llamando «el feo»;
¡qué más da, si al fin y al cabo
los hombres pueden ser hombres
aunque no estén ondulados!
¿De novias?, ¿con mi carita?,
«pa'» que iba a meterme en gastos;
le digo a cualquiera ¡mira!
y al verme le da un colapso.
Y lo cumplí, a los tres meses
yo era ya un hombre casado
con una mujer bonita,
noble, leal y de buen trato,
y con un chaval que en el alma
yo me lo puse a caballo.
Los que me llamaban feo
me lo siguieron llamando,
y con razón, pero ella nunca
puso tal nombre en sus labios
y yo, se lo agradecía.
Y así vivimos tres años
sin ella decirme «el feo»
ni yo recordarle el pasado.
Recuerdo que fue un domingo...
Yo tenía al niño en brazos
cuando una sombra en la puerta
preguntó: «¿Está la Rosario?»
«Está para mí, -le dije-
que pa' usted ya la enterraron».
«Pues vengo a resucitarla
y a llevarme ese macaco,
porque lo feo se pega
y usted lo es un rato largo».
No dijo más, ni un suspiro,
cayó como cae un árbol
cuando lo siegan de golpe
los cien cuchillos de un rayo.
Pero ella, sí que dijo,
viendo en tierra aquel guiñapo,
me lo dijo sin palabras,
me miró de arriba abajo
de una manera tan fina,
diciéndomelo tan claro
que nunca pensé que un mote
pudiera hacer tanto daño.
Y aquí estoy con esta carta,
que hoy ha llegado a mis manos,
donde un chiquillo me dice:
«Papá, tengo tu retrato,
me gusta mucho que seas
Caballero Legionario,
porque con ese uniforme:
¡Mecáchis que si estás guapo!»
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